LOS INSOSPECHADOS PARADEROS DE LOS LIBROS

Los jóvenes y la lectura


Por Laura Hernández


Mi propósito en este texto es plantear algunas ideas que creo útiles para quienes han emprendido la labor de formar círculos de lectura entre los adolescentes de las escuelas secundarias.


Para el filósofo austríaco, Ludwig Wittgenstein —quien se interesó profundamente por la aclaración de diversos conceptos— ‘leer’ quiere decir reaccionar a signos escritos de tal o cual modo, en el sentido en que, por ejemplo, cuando un alumno empieza a leer, lo sabemos porque hay en él un cambio de conducta (157)1 pues hay un conjunto de sensaciones más o menos características de leer una oración impresa, tales como sensaciones de atascarse, de fijarse bien, de equivocarse al leer, de mayor o menor soltura en la secuencia de palabras, etc., al igual que hay sensaciones características de recitar algo aprendido de memoria.


De tal modo que, de acuerdo a Wittgenstein, la lectura no es sólo un proceso psicológico que ocurre en nuestra mente, que consiste simplemente en traducir mecánicamente signos escritos a orales, sino que la lectura implica una vivencia que se expresa a través de ciertas reacciones características, cuyo carácter estético lo podemos apreciar al percatarnos de que, cuando leemos, letra y sonido forman una unidad. Una especie de aleación —dice él— como una fusión semejante a la que se da entre los rostros de los hombres famosos y el sonido de sus nombres, en que nos parece que ese nombre es la única expresión correcta para ese rostro. (171)


Ésa es la razón por la que ciertas cosas que hemos leído y nos han dejado una impresión honda, permanezcan en nosotros a través de una imagen y sus palabras y, dado que esa imagen es una construcción personal, podemos percatarnos de que, a pesar de que en un sentido superficial todos leamos el mismo texto, no leemos lo mismo porque las ideas que dispara en nuestra imaginación y en nuestro intelecto son diversas para cada uno de nosotros pues dependen de nuestra propia experiencia vital.


Es más, tampoco debemos olvidar que habrá a quien esas palabras, a pesar de que comprenda esos signos, no le signifiquen nada, no le digan nada, no le disparen ninguna idea. Por lo tanto, podemos decir que no siempre ‘leemos’ en un sentido profundo, es decir, no siempre hay contacto entre lo escrito y el lector. Eso sucede fecuentemente a los alumnos que son obligados a leer algo que no les interesa, es entonces cuando sólo se da esa traducción mecánica en la que está ausente la vivencia de la lectura.


Ahora bien, por otra parte, es interesante observar que la lectura sólo fue posible cuando existió la escritura y que ésta es un producto cultural, específicamente de la civilización, y no de nuestra naturaleza; por ese motivo, existen culturas en las que no es relevante registrar ésta por escrito sino transmitirla oralmente, como sucede en muchos de los grupos indígenas de México. El poeta portugués Fernando Pessoa, señala al respecto:


El hombre natural puede vivir perfectamente sin leer y escribir. No puede en cambio hacerlo el hombre al que llamamos civilizado; por eso, como dije, la palabra escrita es un fenómeno cultural, no de la naturaleza sino de la civilización de la cual la cultura es esencia y sostén. [...] La palabra hablada es inmediata, local y general. [...] La palabra escrita es mediata, amplia y particular. Cuando escribimos, y tanto más cuanto mejor y más cuidadosamente escribimos, nos dirigimos a alguien que no va a oírnos, alquien que va a leernos; a alguien que no está a nuestro lado; a alguien que será capaz de entendernos, y no a alguien que tiene que entendernos, teniendo por eso que entenderlo nosotros primero a él (141-142)


Al hablar de esta preocupación del escritor y su lector, es evidente que Pessoa —como poeta— se refiere a la escritura literaria; sin embargo, podríamos afirmar que esta preocupación se presenta, asimismo, en los textos no literarios, como por ejemplo la prosa científica y el periodismo, que también se escriben pensando en las expectativas que los lectores tienen pero, en este caso, sólo con relación a un ámbito de información de hechos e ideas, algo más superficial, si pensamos en que la literatura genera en nosotros emociones intensas de felicidad, de sufrimiento, de zozobra, de terror, etc. Cuando leemos una novela que nos apasiona, vivimos literariamente las emociones de sus personajes, a tal grado que no podemos desprendernos de la lectura o, si lo tenemos que hacer, pensamos obsesivamente en la historia. En el caso de la poesía, el enganche emocional se revela en el recuerdo nítido de las palabras que, cuando las pronunciamos, nos llenan de un goce inefable. Y es que en el poema no es sólo lo dicho lo que nos conmueve sino, en mayor medida, cómo está dicho: su musicalidad. En ese sentido, siendo el origen de la poesía el canto, ésta existiría aun si la escritura nunca se hubiera dado, lo cual no es verdad para la prosa, pues mientras la poesía es básicamente generadora de emociones, la prosa lo es de ideas; no obstante, es posible que esos dos ámbitos se entrecrucen y den lugar a una prosa poética que encontramos en mayor medida en el ensayo filosófico que se aproxima más a la literatura que a la ciencia.


Creo que ahora podrá ser más claro por qué la relación entre la escritura y el lector, en el texto literario, es más emocional que intelectual, que su código tiene un carácter fundamentalmente simbólico, pues como señala Pessoa:


A fin de cuentas, ¿qué es una obra literaria sino la proyección en el lenguaje de un estado del espíritu o del alma humana? Y esa obra es el símbolo vivo del alma que la escribió, o del momento de esa alma —una pequeña alma ocasional— que la proyectó. ¿Por qué no podrá haber entre alma y alma una comunicación oculta, un entendimiento sin palabras, mediante el cual adivinemos la sombra visible a través del conocimiento del cuerpo invisible que la proyecta, y entendamos el símbolo, no porque reconozcamos haberlo visto, sino porque conocemos aquello de lo cual es símbolo. [...] Cuanto más profundas sean las emociones, más alto será, dado el necesario poder de expresión, el mérito de la obra o de las obras. Y cuanto más profundas las emociones, mayor también será su grado de humanidad, de universalidad. Por eso los mayores poetas de la humanidad son también los más humanos, y por serlo son también los más universales.


Y, en ese sentido, se nos plantea una primera cuestión: si queremos fomentar en los jóvenes la lectura debemos estar en la disposición de reconocer que debemos, tanto tomar en cuenta lo que para ellos es significativo e importante, como darles a conocer a aquellos escritores cuya voz es universal. En el video Experiencia de un círculo de lectura con adolescentes de educación secundaria del Valle de Chalco2 puede verse cómo los jóvenes muestran sus gustos e intereses en relación con los libros. En ese sentido me parece que los temas de ficción y la poesía son los que suelen ser más atractivos para los adolescentes, es decir, aquéllos en donde se desborda el mundo de lo posible, lo cual es así porque en ellos la capacidad de imaginar todavía determina la de razonar. La realidad para ellos tiene límites muy distintos a los nuestros o quizá ni siquiera tenga límites. Sin embargo, a pesar de que hable de los jóvenes en un sentido genérico, no debemos perder de vista que esto es una idealización, ya que cada uno de ellos constituye un mundo particular. Ésa es la razón por la que Ezra Pound, en su espléndido libro El abc de la lectura, señala queLa ambición del lector puede ser mediocre, y no habrá dos lectores con ambiciones idénticas. El maestro sólo podrá dirigir sus instrucciones a aquéllos que más desean aprender, de todos modos puede darles un ‘aperitivo’, una lista de las cosas que pueden aprenderse en literatura o en alguna sección dada de ésta. (29)

Leer texto completo en: http://www.correodelmaestro.com/anteriores/2001/abril/2anteaula59.htm

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JOSE EMILIO PACHECO PREMIO CERVANTES 2009